viernes, 7 de enero de 2011

Vieja mecedora

pa e ma (foto)

Ese día estaban los dos sentados en el salón, disfrutando de un buen disco y tomando una cerveza, hablando de mil cosas, ninguna transcendente ni destacable por encima de otra. Simplemente hablando, compartiendo pensamientos y mirándose en el propio espejo formado por los ojos del otro. No había nada más importante en ese momento. Llovía tanto que la sola idea de abandonar la habitación era absurda. Entonces, mientras él se mecía, a la vez que contaba lo que había hecho por la mañana, ella recordó. Recordó perfectamente todo lo que aquella vieja mecedora había sido en su vida y encontró el sentido a no haberse librado de ella…

Cuando ella era pequeña, la vieja mecedora no estaba en el lugar donde está ahora. Formaba parte del mobiliario del antiguo balcón de la casa de sus padres. Era preciosa. Estaba forrada con una tela de grandes cuadros rojos y negros y la madera de su esqueleto era oscura, muy oscura. Desde sus ojos de niña la miraba como si fuese lo más maravilloso y especial del mundo. Le encantaba. Lo mejor ocurría por las tardes. Su abuela preparaba la merienda y cogiéndola de la mano la llevaba al viejo balcón. Allí las dos se subían a la mecedora y mientras la niña merendaba, la abuela contaba aventuras de su infancia, de cómo había cambiado su vida. Al tiempo que se mecían, la pequeña iba comiendo su merienda y poniendo todo perdido de migas. Desde esa mecedora esa pequeña niña que hoy se ha convertido en una pequeña mujer ha viajado a los rincones más escondidos y fantásticos de su imaginación. Pero, sobre todo, es imprescindible porque le recuerda a ella. La vieja mecedora ha cambiado de sitio y también de tapizado pero en cada uno de sus vaivenes desprende la esencia de los viajes infantiles de una niña con su abuela…

3 comentarios:

Carla dijo...

Moi chulo Eva!

Carla dijo...

Un beso grande de RD(e meu claro!).

diego dijo...

e o ben que queda nesa casa!